La historia de la inoculación, escribió Siddhartha Mukherjee en su espléndido libro The Emperor of all maladies, "es un listado de rumores, chismes y mitos velados. Sus héroes son anónimos: son los médicos chinos que pusieron a secar las pústulas de la viruela; es la misteriosa secta de adoradores de la diosa Shitala que molieron costras secas de pústulas con arroz hervido con las que inocularon a niños; son los curanderos sudaneses que aprendieron a reconocer las lesiones más maduras".