Las piezas del despotismo están prácticamente atornilladas. Un poder presidencial sin estorbos, el Ejército como gran aliado del gobierno, organismos autónomos eliminados o inhabilitados, árbitros electorales inertes. Violaciones cotidianas y ostentosas a la ley electoral que quedan sin castigo. Si el oficialismo gana en junio, la muerte de la Suprema Corte como tribunal constitucional está cantada. No hablo de la aprobación de las reformas propuestas por el Presidente y respaldadas con entusiasmo por su candidata, hablo de lo que, sin necesidad de cambios ulteriores, constituye ya un cambio de régimen. De un sistema que, con todos sus defectos, era una democracia pluralista a una nueva hegemonía autoritaria.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.