El sistema democrático depende, a fin de cuentas, de una cuerda frágil: el decoro. Necesita complejas estructuras electorales, una competencia intensa, partidos y poderes enfrentados, espacios para la información y la crítica. Pero la bóveda de todo régimen constitucional es delicada y, esencialmente, ética. A un reducido grupo de personas se le encarga la tarea de pronunciar la última palabra. A un tribunal le corresponde cuidar la vigencia del acuerdo fundamental y rechazar las transgresiones que puedan escudarse en el principio de mayoría. ¿En qué se basan para tomar decisiones vitales? En su razonamiento y en su decoro.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.