ANDAR Y VER / Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA
Es curioso que el arte que se escucha sea encarnado frecuentemente por alguien a quien no se puede oír. Un personaje que, al finalizar la función, acepta el aplauso, a pesar de haber permanecido en silencio durante todo el concierto. Abundan los chistes sobre los directores de orquesta. Chistes sobre su inutilidad, como el cartón que muestra que, en lugar de partitura, los directores ven sobre el atril el instructivo de su conducta: mueve el popotito que tienes en la mano hasta que la música se detenga. Luego date la vuelta y da las gracias. O chistes sobre su arrogancia: ¿Cuál es la diferencia entre Dios y un director? Que Dios sabe que no es director de orquesta. De este extraño oficio -y también de los chistes que inspira- trata el libro de Mark Wigglesworth, El músico silencioso. Por qué la dirección importa. Lo publica la Universidad de Chicago y espera el editor que lo traduzca al español.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.