CULTURA

Cumple 'La Tumba' 50 años

Daniel de la Fuente

Monterrey, México (05 agosto 2014) .-15:09 hrs

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La Tumba, una de las novelas más leídas en la historia de la literatura mexicana, cumple hoy medio siglo; su autor, José Agustín, cumplirá 70 años el próximo 19 de agosto.

Por ello, reproducimos la reseña de un evento por los 40 años de la novela emblemática de La Onda, el 5 de agosto del 2004, en la Escuela de Verano de la UANL, en la Unidad Cultural Abasolo.


Por ocho meses, los miércoles a las 12, José Agustín visitaba el departamento de Juan José Arreola, en la Colonia Cuauhtémoc, para revisar el manuscrito de La Tumba.

Allí, el juglar de la literatura mexicana le hacía correcciones, copia en mano, mientras el adolescente leía en voz alta su primera novela, escrita en 1961.

"Arreola era generosísimo", exclama José Agustín en entrevista. "Me decía: 'Párese, párese. Mire, fíjese, esta preposición está de más. Mire, en lugar de decir 'están huyendo' póngale 'huían'. Quite esa coma, está mal puesta. Acá empiece mejor con polisílabo, no con monosílabo; es más fuerte'.

"Así se fueron los meses y un día Arreola reunió a todos los del taller Mester, donde estaban José Carlos Becerra, Federico Campbell, Hugo Hiriart y Gerardo de la Torre.

"Se dedicó toda la sesión a La Tumba. Arreola lo leyó, como una manera de defenderlo, y es que leía tan hermoso que hasta los textos malos parecían buenos".

Arreola concluyó. Todos estuvieron de acuerdo en que debía ser el primer título de la colección Mester, excepto Becerra.

"A mí me late que es una obra oportunista", dijo el tabasqueño, atento a las modas literarias, a lo comercial.

"Me quise parar inmediatamente y rebatir a José Carlos, pero Arreola me tomó del hombro y me sentó: '¡Espérese, José Agustín! Yo le contesto a José Carlos'".

Fue entonces cuando el autor de El Guardagujas pronunció la extraordinaria defensa en favor de La Tumba, que nadie tuvo la precaución de audiograbar como muchas de sus cultísimas y sabrosas disertaciones, y que vino a convencer que la novela del mexicano nacido el 19 de agosto de 1944 debía publicarse porque sí, porque ése era su destino.

"Ya, ya, ya, ahí muere, ahí muere", se retractó Becerra entre risas, convencido de la honestidad de Arreola sobre la novela que hoy, exactamente hoy, cumple 40 años.

La noticia de su edición, el día de su cumpleaños


José Agustín recordó que, influenciado por Sartre y los poetas malditos; los beats y el cine de Fellini, así como por la Lolita, de Nabokov, pudo llegar a escribir a esa edad la novela de culto de la juventud mexicana.

"Cuando estaba en el taller de Juan José Arreola llevaba textos tan malos que el maestro hasta me callaba: '¡No, no, no; no le hagan caso! ¡Párele, párele, eso no sirve para nada!', me gritaba, y yo tenía que callar", explicó.

"Sin embargo, al poco decía: 'Pero, espérense tantito, este muchacho tiene mucho talento y lo va a demostrar'".

Después, José Agustín le llevó La Tumba, sobre la cual un año después le hizo comentarios.

"El 19 de agosto de 1963, el mero día de mi cumpleaños, me habló Arreola y me dijo que ya había leído mi novela.

"Yo le dije: 'Hombre, maestro, muchas gracias. Se tardó usted nada más un año en leerla', y me dijo: 'No sea estúpido, la leí anoche en hora y media, pero me tardé un año porque no sabía qué atrocidad iba a presentarme'".

Fue entonces que Arreola pronunció las palabras bautismales que aquel adolescente había esperado toda la vida.

"Su novela es muy buena y yo se la voy a publicar. Es usted un escritor. Considérese usted un escritor, porque va por el camino correcto. Siga adelante", le dijo el autor de Confabulario.

"En ese momento fui feliz, como nunca lo he sido", agregó, para luego describir los avatares que tuvo que enfrentar para llevar a buen puerto la publicación de la novela.

La publicación


La Tumba que vemos ahora es la misma obra, aunque con diversas modificaciones, que el José Agustín de apenas 16 años escribió en máquina de escribir sobre la chimenea de su casa, durante noches eternas, mientras burlaba la vigilancia de su madre y bebía ligeros tragos de licor.

Es la misma que, tras la aprobación de Arreola y los del taller Mester, fue publicada un 5 de agosto de 1964 por la imprenta Casas, en edición preciosa, tipografía perfecta y papel exquisito.

Pero con muchas, muchas erratas.

"Es que Rafael Rodríguez Castañeda y yo, encargados de la edición por Arreola, éramos unos neófitos de la corrección", evoca José Agustín con humor, a la distancia.

Vendría a la firma Novaro Luis Guillermo Piazza de Nueva York, con todos sus recursos mercadotécnicos, a reeditar la novela y sacarla del mínimo tiraje de su primera edición: apenas 500 ejemplares. El editor agregó en la cuarta de forros comentarios de Salvador Novo, Gustavo Sáinz, Francisco Zendejas y de Juan Rulfo, este último calificando a La Tumba de novela extraordinaria, que aboliría al pasado.

"Pero Piazza le puso una portada súper escandalosa, con un subtítulo que decía Revelaciones de un Adolescente, lo que me molestó muchísimo. Tras su aparición, la novela fue bien recibida por la crítica, pero ésta no le perdonó a Piazza la edición tan chafa.

"Después, sacó una edición mejor, con una portada de mi hermano (Augusto Ramírez), quien tomó la portada original de La Tumba, pero hizo una ilustración mucho más hermosa, más acabada, donde la pareja está enlazada en una sábana, pero dentro de una tumba. También le quitó el subtítulo".

José Agustín reconoce que, a cuatro décadas, la novela ofrece aún perspectivas distintas en la narrativa mexicana. Nadie que se jacte de conocer la literatura nacional pudo haber ignorado la obra de este narrador. Es una estación infaltable en el tránsito de cualquier lector, porque es un fenómeno único: una novela de un adolescente, escrito por un adolescente, con una luz singular, poderosa.

"Ahora, creo que lo menos importante es la época, la música, la atmósfera. Todo eso le da un sabor sin duda muy importante, pero lo fundamental de La Tumba, creo yo, es el tema del paso, del rito de pasar de la niñez a la juventud, un proceso difícil, oscuro, muy duro que pasan todos los muchachos, porque implica como una muerte.

"Uno muere en cierta forma: muere el niño que será el adulto".

De allí la ambigüedad del final, el célebre "clic" que señala la posibilidad de una muerte física, pero también simbólica.

También de alguna manera se celebrarán los 60 años de edad que cumplirá en breve el narrador.

"Voy a festejar mi cumpleaños en mi casa, en una fiesta que organizan mis hijos", explica. "Será una fiesta de escritores, porque estarán muchos amigos que quiero.

"Creo que la vida es maravillosa si no estuviera la vejez; pero, bueno, es un desafío que existe, que hay que enfrentar. Yo ahora pudiera retirarme de escribir y vivir de las regalías que me dejan los libros, pero aún tengo muchas cosas que decir. Mientras pueda, lo seguiré haciendo".

En el taller con José Agustín


Un año antes, en el 2003, en la Biblioteca Alfredo Gracia Vicente de la Casa de la Cultura, José Agustín impartió un taller de cuento en el que vertió mucho de su oficio.

Reproducimos la nota tal como publicó Grupo REFORMA:

Albergando acervos del español, Jorge Cantú de la Garza y Manuel Rodríguez Vizcarra, el mobiliario era iluminado por la luz de la tarde que se filtraba por las ventanas, ubicadas en los cuatro puntos cardinales y que muestran las montañas regiomontanas.

Fumando a placer y bebiendo café, José Agustín se siente cómodo en la cabecera de la mesa ubicada al centro de aquel lugar hecho de madera y acero.

La sesión inicia con un texto de Luis Felipe Gómez Lomelí. Cuenta la historia de una joven que hace un viaje hacia al interior de sí misma entre estaciones del metro subterráneo. Todos escuchan el relato de voz del autor, mientras leen el texto. No despega un momento José Agustín la vista de los papeles. Atento, espulga cada coma, cada adjetivo.

Luego, los comentarios. El integrante de la "Generación de la Onda" permite que sean los demás quienes hablen primero. Seguirá él.

"Las frases en un texto pueden ser tan largas como se quiere, siempre y cuando mantengan atento al lector y no lo pierdan", explica.

"Recuerden El Otoño del Patriarca, donde cada capítulo está conformada de una prolongadísima frase. De no estar bien construidas, se corre el riesgo de que el lector se quede sin idea de lo que se está hablando".

- Pero a veces pueden cansar frases tan largas, comenta alguien.

"Si el texto cansa está mal construido", indica. "Otra cosa es que sea muy barroco, difícil o complejo, pero si cansa es que tiene fallas. Allí están, por ejemplo, el monólogo final en 'Ulises', o algunos libros de Vicente Leñero, como 'Estudio Q', increíble, páginas y páginas sin puntuación, pero bien hechas".

José Agustín señala dos aspectos sobre el texto del autor de Todos Santos de California: el viaje al interior del personaje se enfatiza en lo subterráneo; el temblor en las manos de la chica, la tensión.

"Esos son buenos puntos que dan sentido a este texto tan sutil, que dan congruencia estilística", menciona, para luego mencionar que el texto le recordó a Farabeuf, de Salvador Elizondo.

Agrega que en un cuento no se requiere un final contundente, en referencia al desenlace abierto del texto de Gómez Lomelí. Los lectores avezados habrán de entender el conflicto.

"Además, uno escribe por escribir, no para lectores hipotéticos", indica.

En seguida, recuerda las lecciones de Juan José Arreola, su primer contacto en serio con las recetas de la literatura: cualquier final que termine en palabra aguda deja al lector "como esperando" y un fin con palabra grave, medianamente insatisfecho.

"Pero si, cuando conviene, la palabra es esdrújula, esos finales suelen ser afortunadísimos, porque le da la sensación al lector de que lo envía para adentro del relato, dándole un nuevo valor y hasta sorpresa".

Prosigue con los secretos: si el principio del texto empieza con monosílabo, regularmente no es afortunado, porque sugiere premura; si empieza con palabra polisilábica, permite establecerle al lector los estados de ánimo del texto: "Y misteriosamente..." y "Misteriosamente..." son dos inicios completamente distintos.

"Arreola decía que el principio de un texto es importantísimo, porque suele ser el rizoma, la raíz del relato", dice. "Te debe dar las bases del tono y el estilo del planteamiento posterior. Si esto se logra, conquistas al lector".

Todo esto, por supuesto, señala, depende de cada historia. Otro punto, de vuelta a Arreola, es que un texto gótico debía empezar preferencialmente con palabras largas, cadenciosas, buenos adjetivos.

"Esto no lo pude lograr en el cuento 'No Pases Esta Puerta'", dice. "Yo quería que las palabras fueran tan laberínticas como la narración, en la que se describe un descenso hacia una puerta que el personaje sabía no debía abrir. Escribí 17 veces el relato y nunca me salió".

Entonces, José Agustín sugiere no insertar prosa poética en un texto que no lo requiera. La prosa, decía Arreola, es analítica para que el lector la sintetice, contrario a la poesía.

"De allí que un buen principio sea no tener demasiadas repeticiones en un texto, consonancias. Muchas palabras graves son perjudiciales para el relato", indica, para luego recordar las Doxografías, de Arreola, perfectamente polifónicas, pero que sólo alcanzan tres líneas por la dificultad de la técnica.

"Enumeren las páginas, pónganles su nombre", pide. "Esto es indispensable en cualquier taller. Otro aspecto importante es que el régimen de la puntuación es personal, pero no deben olvidar que los signos de puntuación, como las epígrafes, son guías en el camino para el lector".

Puntos importantes tras la lectura de un texto de Dalina Flores fueron: cuidar el uso del lenguaje coloquial, porque tiene riesgos, entre ellos folclorizar, como le sucedió en algunos textos a Ricardo Garibay, lo que le resta veracidad al relato. No poner apóstrofes en palabras de índole rural, ya que colocarlas es error de corrector de viejo estilo.

"Todo lenguaje es literario", señala. "El contexto explica y el lector no es tonto para no entender qué se trata de decir. Además, es el texto el que legitima el uso de un determinado lenguaje.

"Otros puntos son no olvidar al lector, involucrarlo en el texto; trascender la anécdota, como en su caso lo hizo J.D. Salinger en El Guardián entre el Centeno, donde al final te descubre que el personaje recuerda sus andanzas adolescentes desde un manicomio, lo que le da un nuevo valor al texto, una vuelta total a la historia que suele disfrutar mucho el lector".

Finalmente, sobre un texto de Oscar David López, José Agustín insta a que cuando el texto se rija por leyes personales, se hagan concesiones al lector en el transcurso para salvar el código del propio autor.

Para ello, sugiere leer a Enrique Serna, sobre todo el de Amores de Segunda Mano y El Orgasmógrafo, y al que califica como "uno de los cuentistas más sensacionales de los últimos años, junto a Juan Villoro".

"Recuerden no perder el hilo del relato", dice. "Chéjov decía que si en el primer acto salía un tipo con un fusil, en el último acto ese mismo fusil debía ser el arma con el que se mataría a alguien".

Ya con la noche encima y frente al resto de los talleristas, Dulce María González, Lucía Yépez y Oscar H. Murillo, el autor de De Perfil quedó pensativo al final con el texto de López.

"Tú estás proponiendo algo en este texto que está aún en embrión, pero que no tengo duda de que podría armar, en un futuro, una revolución interesante en el uso del lenguaje", dijo.

El chico, el más joven del taller, por toda respuesta brindó la más amplia de sus sonrisas al narrador que, sin duda, será recordado el día de mañana como un clásico de la literatura mexicana.