OPINIÓN

Culpa de nada

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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"La culpa de la Segunda Guerra la tuvieron los judíos". "No. La tuvieron las bicicletas". "¿Por qué las bicicletas?". "¿Y por qué los judíos?". Quien imaginó ese diálogo fue Dino Segre, conocido mejor por Pitigrilli, escritor italiano, turinés. Sus novelas, calificadas de pornográficas, fueron lectura obligada para muchos adolescentes de su época, que al leerlas las sostenían con una sola mano. Podría hacerse una parodia de la expresión de Pitigrilli y decir: "La culpa de la falta de médicos en el país la tiene el periódico Reforma". "No. La tienen los molcajetes". "¿Por qué los molcajetes?". "¿Y por qué Reforma?". No cabe duda: López Obrador está rozando los extremos de la inconsecuencia al culpar en forma absurda a otros de sus yerros y dislates. Haber hecho desaparecer el Seguro Popular es uno de sus mayores despropósitos, que dejó a millones de mexicanos pobres sin adecuada atención médica. La falta de medicamentos, especialmente de los necesarios para atender los casos de cáncer infantil, ha sido causa de numerosas muertes que bien pudieron haberse evitado. La reducción de sus presupuestos hace que las instituciones de salud pública no puedan cumplir adecuadamente su función, y el fantasmal Insabi, o cualquiera que sea el nombre de esa entelequia de dudosa eficiencia, y aun de dudosa existencia, se muestra totalmente incapaz de hacer lo que en Dinamarca se hace. Pero López Obrador no tiene nunca la culpa de nada. No admite sus errores, y condona con paternal solicitud los de quienes le son afines -el caso de Yasmín Esquivel es el más reciente ejemplo-, y atribuye todos los males del país, incluso los de nueva creación, a los gobiernos anteriores, desde Acamapixtli hasta Felipe Calderón (con Peña Nieto se muestra extrañamente omiso). Los conservadores y el neoliberalismo comparten irresponsablemente esa responsabilidad. Tenemos, pues, un Presidente infalible, incapaz de cometer error alguno. A nadie deberá extrañar que un día de estos el Espíritu Santo le pida asesoría... Una mujer escasa de senos, tabula rasa, es como una cama sin colchón ni almohada. Esa declaración es de Anatole France, cuyos escritos, escépticos y heterodoxos, se prestaron siempre en su tiempo a la polémica. La sirena con la cual aquel buzo estaba departiendo en el fondo del mar no tenía esa carencia. Sus senos eran ebúrneos y turgentes, a más de enhiestos, firmes y provocadores. Hacía esa sirena recordar a las cantadoras a las que cantó López Velarde, aquellas "con el bravío pecho empitonando la camisa". En pleno diálogo amoroso, si bien sólo manual, estaban el buzo y la sirena, cuando se vio a lo lejos venir un espantoso tiburón. "¡Vete! -le dijo la encantadora criatura submarina al entretenido buceador-. ¡Ahí viene mi marido!"... Jactancio Elátez, sujeto presuntuoso, narcisista, fatuo y pagado de sí mismo, fue con una sexoservidora al Motel Kamawa, donde ocupó la habitación número 210. Terminado el lúbrico trance que ahí lo había llevado el vanidoso individuo se vistió y se dispuso a retirarse. Su ocasional pareja le dijo: "¿Y el dinero?". Respondió Jactancio: "No te preocupes por eso, guapa. Soy un caballero. No cobro"... Don Poseidón, granjero acomodado, fue a la ciudad a hacerse un traje. Sus amigos le recomendaron precaución pues, le dijeron, en la capital había ladrones tan hábiles que podían robarle los calcetines sin quitarle los zapatos. El sastre al que acudió el vejancón empezó a tomarle las medidas. Le midió del tobillo a la entrepierna, y le dictó a su ayudante: "Ciento uno". "¡Ah! -exclamó don Poseidón con dolorido acento-. ¡Ya sabía yo que algo me iban a robar!"... FIN.