Tenemos todavía la elección del 2006 atorada en la garganta. Si no fuera una imagen tan gastada, habría que decir que es una herida que no ha cerrado. Han pasado casi quince años y aquellos recuerdos siguen dividiéndonos intensamente. La del 2006 es una elección que, de alguna manera, sigue sin resolverse. Parece imposible encontrar una memoria común, una evaluación compartida. En el caldo se mezclan los hechos que bombardearon el consenso de la transición. Lo recuerdo como una conspiración de deslealtades. Un embate a dos frentes contra las reglas básicas de la democracia. En la historia de esa conjura habría que registrar, entre otros hechos, el abusivo desafuero del alcalde del Distrito Federal; la ventaja que el candidato puntero se empeñó en dilapidar durante su campaña; la intervención ilegal del Presidente y de las organizaciones empresariales más importantes del país; el larguísimo silencio de la autoridad en la noche del voto; la confusión y la competencia de las mentiras; la sentencia del tribunal electoral que identificaba la ilegalidad de la intervención del Consejo Coordinador Empresarial y los atentados del presidente Fox que, a juicio de los magistrados, puso en riesgo la validez misma de la elección; la protesta, la ocupación de la calle, la pedestre argumentación de los perdedores que nunca aportaron pruebas para fundar la pretensión de su victoria; aquel grito que mandaba al diablo a "sus" instituciones y el teatro de la autoproclamación.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.