El gran fracaso de la democracia mexicana ha sido el fracaso de la convivencia. No saber discrepar ni cuidar lo indispensable. Doble fracaso: no hemos sabido defender la tabla común ni perfilamos, con razón y apertura, el sentido de nuestras divergencias. México violento y enconado. Confundimos lo común, es decir, aquello de lo que depende la vida de todos, con lo parcial, esa opinión que es naturalmente debatible. No sabemos tampoco argumentar escuchando el otro argumento. Por eso nos carcomen los dos fuegos: el crimen y odio. La democracia, es en efecto, una forma de diálogo y no solamente una aritmética de papeles. No se reduce al juego de los poderes ni a la elección de los representantes. Es una manera de vivir juntos. Un delicado equilibrio entre la balsa de todos y los deseos de cada quien. No tenemos por qué estar todos de acuerdo en el rumbo, ni en el reparto de las cargas. Pero nos corresponde a todos cuidar que la tabla no se hunda.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.