ANDAR Y VER / Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA
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El clásico nunca termina de decir lo que tiene que decir, dijo Italo Calvino en un apunte famoso. A un clásico no lo leemos, siempre releemos porque su mirada es el aire de la cultura que respiramos. El clásico es el telón de fondo de todo lo que pensamos e imaginamos; es también el lente que nos permite enfocar las cosas. El clásico nos captura de modo tan intenso que somos lo que somos gracias a él. Sea por afinidad o por rechazo, el clásico nos define. Una cosa pasaba por alto el cuentista italiano, la vida de los clásicos depende de la animación de sus guardianes. Digo animación porque no digo custodia. Los clásicos necesitan quien los cuide, pero, sobre todo, necesitan de quien los espabile. Los clásicos podríamos complementar a Calvino, son esos libros que, cuando están escritos en otra lengua, suscitan una interminable cadena de traducciones y, cuando están escritos en la propia, suscitan una interminable cadena de antologías. El privilegio de quienes leemos a los clásicos que escribieron en otro idioma es que podemos leerlos a través de nuevas y nuevas versiones. El lujo de quienes leemos a los clásicos que escribieron en nuestro idioma es redescubrirlos constantemente a través del ángulo que nos ofrecen sus antologadores.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.