'¡Cacaróf!'
DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA
3 MIN 30 SEG
Cierto mexicano contrajo matrimonio con una mujer oriental, y vino con ella a vivir en la Ciudad de México. La señora no hablaba ni una palabra de español, que así se llama la lengua en que nos expresamos los mexicanos, mal que les pese a los antihispanistas de hoy. Debía entonces hacerse entender por señas, a veces un poco comprometedoras. Por ejemplo, fue a la carnicería de la esquina y quiso pedir muslos de pollo. Para ello se alzó la falda y mostró sus propios muslos. Al día siguiente fue a comprar pechugas, y señaló su busto para dar a conocer su deseo. El problema surgió cuando quiso comprar salchichas. No pudo hacer que el carnicero entendiera lo que necesitaba. Pero tuvo una buena ocurrencia: llevó a su marido a la carnicería. ¿Y qué tuvo que mostrar el hombre para que el carnicero supiera que querían salchichas? Ignoro qué pensarías, pero no tuvo que mostrar nada. Como dije arriba, el esposo de la oriental era mexicano... En tiempos de la llamada "guerra fría" no podíamos ver en México películas soviéticas, ya que todos los cines estaban controlados por las distribuidoras norteamericanas. No obstante eso, a fines de los años cincuenta la embajada de la URSS, según entiendo, alquiló la sala Versalles, de la capital, y ahí se exhibían las grandes producciones del cine socialista, películas inolvidables como La balada del soldado o Cuando pasan las cigüeñas; El acorazado Potemkin, de Eisenstein, y algunas obras de Bondarchuk. Con frecuencia se interrumpía la proyección, y el público gritaba: "¡Cacaróf!", en vez de: "¡Cácaro!". El proyeccionista asomaba la cabeza y se justificaba: "¿Qué quieren que haga? La película es rusa y el proyector americano. No se entienden". Ahora el que no se entiende con los vecinos del norte es López Obrador. Sus relaciones con el Tío Sam se hacen más tensas cada día, pues el tabasqueño no se lleva bien con Biden, y profesa además un anacrónico nacionalismo ramplón y rastacuero. Eso lo hace olvidar que los acuerdos internacionales firmados por México tienen rango de ley, y deben ser cumplidos so riesgo de exponer al país a graves sanciones económicas. La soberanía es un concepto importante, pero la economía tiene en nuestro tiempo relevancia grande, y no es aconsejable faltar a nuestros compromisos ni hostigar a quienes se supone son nuestros socios, ni a sus empresarios. El nacionalismo es bueno para adornar discursos de plazuela -o Zócalo-, pero lo cierto es que vivimos tiempos de internacionalismo, y México no es una ínsula como la de Sancho, sino un país que no puede abstenerse de participar en la globalización del mundo en condiciones de legalidad, fair play -justicia- y equidad. AMLO debe poner el interés nacional por encima de sus inquinas y sus dogmas. Le toca también apegarse a la ley y respetar los tratados que obligan a México. Con ello no sufre mella la soberanía nacional ni se pone en riesgo la dignidad de la República. Ojalá AMLO se porte con conducta, como dicen en el rancho, para que luego, si los vecinos se enojan por sus desplantes y sus ilegalidades, no tenga que cantar la palinodia. Permítanme un momento, por favor. Voy a ver qué es eso de "cantar la palinodia". Significa retractarse de lo hecho o dicho, reconocer el error y pedir perdón por él... Una mujer llegó corriendo al consultorio médico. Llevaba con ella a un pequeño de 5 años. "¡Doctor! -le dijo llena de angustia al facultativo-. ¡Mi hijo se tragó una bala calibre .38!". "No se apure, señora -la tranquilizó el galeno-. El problema tiene solución. Pero por lo pronto ponga usted al niño con el culito apuntando hacia la pared"... FIN.
Armando Fuentes Aguirre, "Catón". Nació y vive en Saltillo, Coahuila. Licenciado en Derecho; licenciado en Letras Españolas. Maestro universitario; humorista y humanista. Sus artículos periodísticos se leen en más de un centenar de publicaciones en el País y en el extranjero. Dicta conferencias sobre temas de política, historia y filosofía. Desde 1978 es cronista de la Ciudad de Saltillo. Su mayor orgullo es ser padre de cuatro hijos y abuelo de 13 nietos.
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