Briseño, un negro de pelo lacio
Erika P. Bucio
Cd. de México (05 enero 2015) .-00:00 hrs
Con Robert Blackwell, el mánager que lanzó al estrellato a Little Richard, Guillermo Briseño (México, 1945) descubrió que era un negro de pelo lacio y que el blues se hace en las teclas negras del piano.
Eran los tiempos de la Cosa Nostra, la banda de rock de sonido funk de los 70, cuando Briseño arriesgaba unas primeras letras y tocaba al piano, y Blackwell los había llevado a Estados Unidos.
En esa época el mexicano labró también su primer gesto de independencia. Después de un año de inactividad, la banda se resquebrajaba. Llamó a Fito de la Parra, el baterista de Canned Heat, y pasó en su casa tres días oyendo música y conversando. Había tomado ya una decisión: volvería a su País. Solo.
La despedida fue en Caborca, en la Fiesta de la Uva, con una última tocada con una tormenta eléctrica como telón de fondo sobre un insólito desierto verde. Era 1975.
"Ahora sí iba yo a cantar de lo que pensaba", cuenta Briseño.
Se había jurado nunca más volver a cantar ni escribir en inglés en una personal venganza por un encierro en una cárcel de San Ysidro, tras un viaje relámpago a Tijuana, por no llevar consigo sus papeles de trabajo.
A México volvía para hacer lo suyo, para experimentar. Y sus canciones quedarían indiscutiblemente atadas a la realidad nacional en discos como Ausencias e irreverencias, Está valiendo el corazón, Briseño y la Banda de Guerra, Sangre azul, Suena la sombra.
Lo suyo ha sido una persistente confrontación con el poder, sea económico, político y cultural.
"Se le nota a mi música. Lo que hago no responde a las modas", dice en una pequeña oficina del primer piso de la Escuela de Música del Rock a la Palabra, que fundó en 2006. Cuesta imaginarlo detrás de un escritorio, cuando su espacio habitual es el escenario.
Briseño cumplirá este 2015 70 años. Ni siquiera repara en la edad. Ni en el tiempo transcurrido desde aquel 1961, cuando grabó con Los Masters las cuatro primeras canciones.
"Estoy todavía en el movimiento de la manada a la que pertenezco y tengo que escapar a toda velocidad de los depredadores", dice, y suelta una carcajada.
A los ocho años encendió la radio y descubrió el rock and roll para horror de su madre, quien veía desvanecerse la carrera de concertista de aquel niño que a los tres años ya hacía sus pininos en el teclado.
Briseño sigue creyendo que el rock es una cuestión de fe. De lo que se puede hacer con el rock.
De esa profesión de fe dejará testimonio en un disco tributo que prepara el productor Juan Sosa, y que está por salir al mercado.