Leí hace un par de días un mensaje del senador Héctor Vasconcelos. Celebraba la propuesta de reforma electoral del presidente López Obrador. Oponerse a ella ponía en entredicho el patriotismo. "Hoy inicia una batalla campal por la democracia mexicana. La reforma electoral pide menos dinero a los partidos y a la burocracia electoral, menos legisladores, voto electrónico, consejeros del INE electos... ¿Qué patriota podría estar en contra de esto?". Lo notable del respaldo del senador es, por supuesto, el tono. La iniciativa que acaba de presentar el Presidente no abre, a su entender, un tiempo de deliberación y negociación con las oposiciones. No se inicia un proceso para escuchar a los críticos y convencer a los opositores con una reforma que alcance el mayor consenso posible. Después de todo, estará de acuerdo en que las reglas del juego deben contar con el mayor respaldo posible. No era preludio de negociación sino llamado a la guerra: un toque de diana para la tropa. Lo que daba inicio con la iniciativa presidencial era, ni más ni menos que una "batalla campal" por la democracia en México: el combate decisivo entre el ejército de los demócratas y el de los antidemócratas.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.