OPINIÓN

Azaroso oficio

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

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"Con agua, dinero y tractor cualquier pendejo es agricultor". La frase no es del todo cierta. A más de un imprudente he conocido que en posesión de esos tres bonancibles elementos se metió a ranchero y salió de la aventura sin tractor, sin dinero y sin agua. Aun así la agricultura es una actividad sencilla. Se aprende en solamente 100 lecciones. Lo malo es que es una lección cada año. Lo de ser agricultor se lleva en la sangre. Es azaroso oficio que pasa de padres a hijos. Con esto no quiero decir que sea una enfermedad hereditaria, pero sí que es vocación marcada en el ADN. Hay excepciones a esa regla, claro. En los mediados del pasado siglo un grupo de señores de mi ciudad oyeron decir que el cultivo de la papa estaba dejando buen dinero en otras regiones del país. Ninguno era agricultor: entre ellos había comerciantes, abogados, médicos... Compraron tierras en un paraje de Nuevo León lindante con Coahuila llamado Navidad, pues alguien les dijo que el suelo ahí era propicio para la siembra del tubérculo, y se aplicaron a la tarea. Los viejos de la comarca se burlaron de los recién llegados. Les pusieron el mote de "los nailon" para significar que eran agricultores artificiales, sin experiencia, falsos. Sorpresa: con asesoría de agrónomos calificados todos obtuvieron cosechas abundantes, y en poco tiempo se hicieron millonarios. Hasta la fecha decir en mi ciudad: "Fulano es papero" equivale a decir: "Fulano es rico". Todas las niñas bien de Saltillo -en Saltillo también hay niñas bien- aspiran a casarse con el hijo de un papero. Mi historia es diferente. Yo me hice hombre del campo por mi esposa, que de sus padres recibió en herencia la antigua casa del Potrero de Ábrego. Con mi señora, y sólo con ella, trataban los campesinos los asuntos del rancho. Me decían: "A usted lo apreciamos mucho, licenciado, lo respetamos mucho, pero usted no lleva la sangre". Aprendí, sin embargo, a amar la tierra y procurar sus frutos. Con propia mano formé huertos que al paso de los años dieron manzanas, ciruelas, duraznos, peras, membrillos, nueces, granadas, higos. Planté miles de pinos piñoneros y árboles de sombra que con su verde pintan el paisaje. Los miro con don Abundio, el viejo cuidador del rancho, y le digo: "Mire nomás, don Abundio, todos esos árboles. Son como hijos". "No, señor -me corrige el sabio viejo-. Son como hijas. Las hijas no se van". Lejos estoy, muy lejos, de ser agricultor. Me falta la sabiduría que se requiere para serlo, y carezco también del don de la esperanza. Al mismo don Abundio le preguntan: "Y ¿qué saca de aquí Catón?". Responde: "Artículos para el periódico". Es verdad. En el trato con la tierra el espíritu se acendra, y en el sosiego y paz de la casa campesina me visitan pensamientos y nostalgias que no acuden entre el ruido y el tráfago de la ciudad. Es una pena que en muchas regiones del país esa tranquilidad del campo haya desaparecido, y que al cúmulo de dificultades que enfrenta el productor agrícola o ganadero se añada el acoso del crimen organizado, que hostiga a quien trabaja la tierra y lo amenaza de secuestro y muerte. Ahí la tierra ya no es de quien la trabaja: es del que extorsiona a quien la trabaja. Del campo vivimos todos. Cualquier atentado contra los hombres del campo es un atentado contra México... "Me da un condón". Casi gritando pidió eso un incivil sujeto en la farmacia, sin cuidarse de que cerca había damas y niños. El farmacéutico le indicó en voz baja: "Cuide su lengua". Preguntó el individuo: "¿También para eso hay?". (No le entendí)... FIN.