OPINIÓN

Aroma de violetas

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES / Catón EN REFORMA

3 MIN 30 SEG

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Mi madre pasó sus primeros años en General Cepeda, la antigua Villa de Patos, en Coahuila, sede que fue del marquesado de San Miguel de Aguayo, regido por mujeres. Herederas de la inmensa fortuna paterna, mandaban sobre sus maridos. "En casa de San Miguel el marqués es ella, la marquesa él". Bello lugar ha sido siempre éste que lleva el nombre de don Victoriano Cepeda, quien dejó su cátedra en el Ateneo Fuente para ir a luchar contra el francés. A él le pidió don Pedro Agüero, el herrero de Patos, hombrón alto y fornido, que lo presentara a Juárez. Don Victoriano se resistía, pues su paisano era francote y natural, pero al fin lo llevó con el Presidente. Cuando lo tuvo delante el coronel Agüero abrazó a don Benito, lo levantó en alto, de modo que el Benemérito de las Américas quedó con los pies en el aire, y exclamó poseído por patriótica emoción: "¡Ah qué indio cabrón tan chulo! ¡De éstos ya no paren las yeguas!". Mi mamá guardó siempre las memorias de su terruño. Recordaba que había tantas violetas en los jardines de las casas, y en los parques, que su aroma se percibía desde mucho antes de llegar al pueblo. A veces la oíamos entonar, quedito, las notas del Jarabe Pateño -por Patos-, que Walt Disney usó en su película Los tres caballeros. Miremos ahora a este niño, hermano de mi madre. Está jugando a las canicas con sus amiguitos en la plaza principal del pueblo. De pronto se oye estrépito de fusilería y cascos de caballos. Son tiempos de revolución; los carrancistas llegan a tomar la villa. Corren los niños para ponerse a salvo, se queda el más pequeño a recoger las canicas de todos. Contaría luego que sintió en la pierna "algo calientito". Cuando llegó a su casa el pie "le chacualeaba" en el botín lleno de sangre. Una bala le había atravesado de lado a lado la pantorrilla sin tocarle el hueso. Su madre le limpió la herida echando en ella un chorro de petróleo y pasándole repetidas veces por el agujero un paliacate empapado en alcohol. ¿Quién era ese niño? Mi muy querido tío Rubén Aguirre, hermano de mi madre y papá del inolvidable Profesor Jirafales de la televisión. Hasta el fin de su vida conservó la cicatriz dejada por el balazo (y por la curación). Otro recuerdo de mi mamá, penoso. A la llegada de los carrancistas, anticlericales, el párroco del lugar se ocultó en casa de mis abuelos. Trepó a una alta y frondosa higuera en el solar trasero y se escondió entre el tupido follaje. Los soldados lo buscaron en la casa -les dijeron que ahí estaba- sin hallarlo. Ya se iban cuando a uno de ellos se le ocurrió ir a mear. Lo hizo junto al tronco de la higuera. Volvió la vista a lo alto, por ver si había higos, y lo que vio fue al cura. Llamó a sus compañeros y les dijo: "Miren qué buena breva me encontré". Un disparo de su pistola mató al sacerdote. Decía mi mamá: "Todavía oigo el ruido que hizo su cuerpo al caer al suelo". Y un recuerdo grato, para disipar ése tan ingrato. Mi tía Hortensia era la enfermera práctica, partera e inyectadora de la Villa. Las autoridades de Saltillo le encargaron que levantara un censo de las enfermedades del lugar. Llamó a una puerta y le abrió un hombre con el rostro picado de viruela. Después de anotar sus generales le preguntó la tía Hortensia: "Enfermedades que ha padecido". "Ninguna" -respondió el individuo con voz firme. "¿Ninguna?" -dudó ella. "Ninguna" -repitió, enfático, el sujeto. Escribió mi tía junto al nombre: del tipo: "Cacarizo de nacimiento"... He aquí que General Cepeda acaba de ser designado Pueblo Mágico. Un suave aroma de violetas me llega desde lejanos tiempos y me perfuma el alma... FIN.