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Columna

Yayoi Kusama

Guadalupe Loaeza

(09 noviembre 2014) .-00:00 hrs

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¿Cuántos lunares habrá pintado a lo largo de los años la artista japonesa Yayoi Kusama? Me da vértigo nada más de imaginar a esta famosísima artista haciendo cada uno de los millones y millones de puntitos, en óleo, acuarela, tinta o lápiz.

Quizá Yayoi sea la artista viva más importante de Japón y se ha convertido en toda una celebridad. Si me ha llamado la atención es porque el Museo Tamayo tiene actualmente una muestra con alrededor de 100 obras realizadas de 1950 a la fecha. La exposición se llama Obsesión infinita, la cual efectivamente tiene un número de lunares casi infinito, de todos colores y tamaños.

Yayoi nació en Matsumoto en 1929, pero llegó a Nueva York en 1957, y ahí conoció a celebridades como Andy Warhol y Joseph Cornell. De ahí que Yayoi tenga influencias del arte pop, pero también que sea una de las artistas más irreverentes de nuestro tiempo. El tema que más le inspira es "la obsesión", una de sus obras es Obsesión por el sexo, con cientos de objetos con falos diseminados por todos lados; la otra, Obsesión por la comida, formada por imágenes hechas con pasta seca, como fideos.

Luego de buscar sus imágenes obsesivamente por Internet, yo también ya me volví una obsesiva de Yayoi. Es una señora más bien chaparrita y se viste muy extravagante, con pelucas de colores y ropa llena de lunares. La marca Louis Vuitton también comparte esta obsesión y fue a buscar a Yayoi a su casa. ¿Saben ustedes dónde vive la artista más famosa y más excéntrica de Japón? En un psiquiátrico. Sí, lleva más de 30 años recluida ahí. Es tan obsesiva, que incluso la silla de ruedas en la que viaja está llena de lunares de colores. ¿Cómo serán sus sueños?, ¿llenos de manchitas?

Pero mejor imaginemos la voz de esta excéntrica de lujo: "La verdad es que no me gusta mucho hablar de mi vida. De hecho, lo odio. Cuando me acuerdo de muchos pasajes, me dan ganas de vomitar. Me vomitaría sobre mi vida, sobre Japón y sobre mi familia. Vomitaría con todas mis fuerzas hasta que dejara todo como una pintura de Pollock. Se me hace que heredé los odios de mi madre y sus obsesiones. Gracias a ella me volví obsesiva y paranoica. Cuando era muy niña, mi madre me decía: Quiero que vayas y sigas a tu padre a donde vaya y me cuentes todo lo que hace. Lo que mi padre hacía era ir a buscar a sus amantes, unas geishas muy bellas. Yo presenciaba todo, sus escenas de sexo, y regresaba a contarle con todo detalle. Mi madre se desquiciaba, explotaba y me agredía. Un día me dio una cacheta que hizo que viera puntitos por todos lados, de todos colores, violetas, verdes, rosas, negros, blancos, rojos y azules.

"No crean que para mí todos los lunares de mis obras son muy agradables. Por el contrario, representan mi vida y la de mis padres. Después de esas escenas, me di cuenta de que yo estaba manchada. Cuando me dormía, soñaba manchas. Cuando me despertaba seguía viendo esas manchas. Por más que me bañara y me tallara muy fuerte con el jabón, no dejaba de ver manchas. Por el contrario, ahora veía cada una de las burbujitas del jabón, una por una. Entonces volteaba a ver las plantas y escuchaba que hablaban. Luego volteaba a ver a los animales, y también los escuchaba hablar.

"Estoy hablando de los años 30. Si hoy Japón sigue siendo horrible, ya se imaginarán entonces, las mujeres no teníamos ningún camino interesante aparte de obedecer. Así que decidí estudiar arte, para pintar mis obsesiones. Aprendí la técnica del Nihonga, esas pequeñas estampas hechas con tinta, que se hacen muy pacientemente y que representan animales y plantas. Cuando miraba a mi maestro enseñarme esa venerable técnica, me daban ganas de vaciarle encima toda la tinta y darle una patada. Lo bueno es que yo tenía mi diario, y en él pintaba todo lo que quería, por ejemplo a mi madre, pero la pintaba como yo sabía que era, llena de manchas. El día que ella descubrió mi diario, se enojó tanto que comenzó a golpearme, mientras me decía: ¡Te odio, te odio!

"Cuando estoy con las personas, pienso en lo interesantes que se verían llenas de manchitas. A veces hasta me dan ganas de tomar mi pincel, dibujarles puntitos y luego encerrarlas en un museo. Las personas me interesan durante el tiempo que tardo en llenarlas de manchas, y en cuanto acabo, que venga la siguiente. Trabajé tanto, despierta y dormida, que hasta me internaron en un hospital, por el cansancio. Pero ahí seguí pintando manchitas en las batas, las toallas y hasta en las medicinas. Me levanto todos los días a las nueve de la mañana. A esa hora ya estoy desesperada por trabajar, y eso que ya llevo ocho horas de estar pintando manchitas en mis sueños".

Así me imagino a Yayoi Kusama, pero lo que más deseo es encontrar boleto para su exposición en el Museo Tamayo, porque dicen que es tan exitosa esta exposición que no cabe ni un lunar más...