¿Por qué un partido político que últimamente no se cansa de acumular triunfos democráticos querría reformar las reglas y cambiar al árbitro de un juego en el que ha tenido tan buen desempeño? ¿No serían sus propias victorias evidencia de que esas reglas han funcionado, de que ese árbitro ha cumplido su labor? Es entendible que los partidos se quejen, con fundamento o incluso sin él, cuando son derrotados. Pero es muy extraño, como sucede estos días en México, que los ganadores estén tan en contra y los perdedores tan a favor de un entramado institucional que, si algo ha demostrado, ha sido su capacidad para garantizar la integridad de los procesos electorales. ¿Cómo explicar, de lo contrario, que coaliciones tan distintas como las encabezadas por Felipe Calderón en 2006, Enrique Peña Nieto en 2012 o Andrés Manuel López Obrador en 2018, se hayan alternado en el poder durante las tres últimas elecciones presidenciales? En términos de incentivos políticos y normalidad democrática algo no cuadra.
Carlos Bravo Regidor (Ciudad de México, 1977). Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México e Historia en la Universidad de Chicago. Es profesor-investigador asociado en el Programa de Periodismo del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).