Es una equivocación grave caracterizar el evento del domingo pasado como "la marcha de los acarreados". Primero, porque es una denominación burdamente reduccionista. Es muy difícil estimar la proporción de personas que fueron "acarreadas", pero la magnitud de dicha movilización es inexplicable solo a partir de la práctica del "acarreo". Segundo, porque llamarla de ese modo es restarle valor estigmatizando a las personas que asistieron ayudadas o coaccionadas por las autoridades. Si "acarrear" implica tratar a los "acarreados" como ciudadanos de segunda -al condicionarles derechos o servicios públicos a cambio de apoyo político-, usar el término con una intención deliberadamente denigrante es, además, una forma de revictimizarlos. Y tercero, porque la expresión "la marcha de los acarreados" contribuye a atizar la vorágine de la polarización y denota una actitud de autocomplacencia, incluso de arrogancia, que resulta muy desfavorable para las oposiciones al lopezobradorismo. No es fortuito que el Presidente se apropiara tan rápido del término, es muy útil para su causa.
Carlos Bravo Regidor (Ciudad de México, 1977). Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México e Historia en la Universidad de Chicago. Es profesor-investigador asociado en el Programa de Periodismo del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).