Regreso de votar y no sé lo que ya sabes tú, desde anoche. Escribo desde el remoto pasado de ayer. No conozco cómo se ha pintado la nueva Cámara de Diputados, quién será mi alcalde, cómo se rearmará la política del país con las nuevas gubernaturas. Pero desde este distante pasado, me atrevo a adelantar algo. Quienes hicimos cola para votar, los vecinos que nos recibieron amablemente para darnos las papeletas y que habrán contado nuestros votos formamos un mosaico que no corresponde a la brutal simplificación de nuestro pleito diario. Es suficiente abrir los ojos y estar dispuestos a ver para reconocer que el país no se comprime en esa lógica binaria. Abrir los ojos nos lleva de inmediato a contrastar lo que observamos con el cuadro que se nos ha impuesto desde hace tres años. En la fila que avanza poco a poco, pueden intuirse muchas visiones del país. Los electores no visten uniforme. Son perceptibles las distintas generaciones que se entreveran en la línea y que llevan a la urna distintas emociones y distintos juicios. Se escuchan también acentos diferentes que anuncian experiencias peculiares de la nación.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.