Olga Sánchez Cordero dejó la Secretaría de Gobernación sin haber ejercido el cargo. Supongo que habrá pasado largas horas en la oficina de Bucareli, pero no llegó a conducir, en ningún momento, la política interior. A decir verdad, no parece que haya tomado posesión. El calificativo que se usó tantas veces para describir su función en el gabinete es severo, pero no es injusto. La ministra en retiro fungió de adorno: una presencia que le permitió al candidato y luego al Presidente aparentar lo que no era. No cumplió una labor efectiva. Su trayectoria fue puesta al servicio de una simulación: hacer creer que el populista tenía un compromiso con la ley que jamás ha sentido. Se le invitó seguramente a una tarea imposible, pero su responsabilidad como observadora pasiva es enorme. Quedará el registro de su inacción y de todos sus silencios. Presa de la demagogia de un político al que sigue describiendo como "un hombre bueno", Olga Sánchez Cordero colaboró con un gobierno que ha impulsado una terrible regresión militarista y que emprende un severo proceso de deconstitucionalización. Olga Sánchez Cordero sirvió a un Presidente que ha atacado incesantemente todos los núcleos de crítica y de independencia. No levantó la voz (por lo menos en público) por los valores que dijo defender antes de ingresar al gobierno. Cuando así convino al jefe, se fue en silencio.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.