Lo que es seguro, a dos años de distancia, es que el único plan que guía al presidente es echar todo para atrás
Las cosas ciertamente no estaban perfectas y la promesa de ingresar al primer mundo hacía tiempo que se había disipado. Pero la realidad no era blanco y negro: México había dado enormes pasos hacia adelante, como ilustran las exportaciones aeronáuticas, automotrices y agroindustriales. Estados como Querétaro y Aguascalientes no sólo han mantenido la paz interna, sino que han venido creciendo a tasas asiáticas. Pero también hay regiones que no sólo se han estancado y rezagado, sino que en las pasadas décadas se convirtieron en fábricas de migrantes. Cualquiera que tenga un mínimo de sensatez y capacidad de observar sin distorsiones ideológicas y partidistas sabe bien que hubo grandes avances y enormes insuficiencias. Los grises del panorama mexicano son palpables por donde uno mire. La pregunta es si para lograr un progreso decidido y generalizado se requería destruir todo lo existente o si, por el contrario, la receta idónea era corregir el rumbo, construir sobre lo acertado y reparar los errores cometidos.
Presidente de México Evalúa-CIDAC, institución independiente de investigación. Fue presidente de la asociación de estudiosos de riesgo político y miembro de la CDHDF. Recibió el Premio Dag Hammarksjold (93) y el Nacional de Periodismo (98). Entre sus libros están Un mundo de oportunidades y El Dilema de México: los orígenes políticos de la crisis económica. Es doctor en ciencia política y tiene especialización en administración financiera.