Pocas elecciones tan trascendentes como la del próximo domingo. Pocas campañas tan grises como las de esta temporada. La candidata del continuismo se dedicó a gestionar una ventaja que consideró irremontable. Paseó su triunfalismo por todo el país esmerándose en conservar el único voto que cortejó: el del Presidente de la República. Pudo haber presidido enormes concentraciones, pero su única preocupación era halagar al señor del Palacio. Al asumir la candidatura de Morena, o como la llamaban antes de que eso se formalizara, daba señales de que buscaría imprimirle su sello a la campaña. Coqueteó, a veces, con un cambio de acentos, insinuó con timidez que había problemas. Pero apenas lo sugería, se desdecía para jurarle fidelidad eterna al Presidente y promoverse como la cuidadora más fiel de su legado.
Estudió Derecho en la UNAM y Ciencia Política en la Universidad de Columbia. Es profesor de la Escuela de Gobierno del Tecnológico de Monterrey. Ha publicado El antiguo régimen y la transición en México y La idiotez de lo perfecto. De sus columnas en la sección cultural de Reforma han aparecido dos cuadernos de Andar y ver.