OPINIÓN

La pedagogía

Jesús Silva-Herzog Márquez EN REFORMA

Icono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redesIcono para compartir en redes
Hace unos días, Soledad Loaeza describía el pesar que le provocaba la degeneración del lenguaje oficial y el aire de persecución que sopla desde el poder. "Jamás imaginé que llegaría un tiempo en que alguien creyera que podía decirle a otro mexicano que se fuera de México". A esas hemos llegado en la veloz degeneración del discurso público bajo el gobierno de López Obrador. No es cualquier persona quien sugiere el destierro. Es un funcionario cultural quien invita a los críticos a abandonar el país como si México le perteneciera solamente a los devotos del Presidente. Pero en ese país estamos. Es el México en el que un funcionario gubernamental puede decir públicamente que los críticos del gobierno deben callar o largarse del país, y después de decirlo, mantenerse en su puesto. Es el México en el que el mismo comisario niega patriotismo y aún ciudadanía al disidente. Ellos no son mexicanos, dice. Sólo nosotros tenemos patria. Para el perseguidor solo son patriotas los que están con su caudillo. Los otros son traidores que deben ser tirados por la borda. Quien hoy llama al exilio de los críticos entendía la victoria del 18 como la oportunidad de vejar al otro. El voto por López Obrador era para él un permiso para vejar: "se las metimos doblada", dijo mientras festejaba que en el México de la revolución lopezobradorista las reglas no tenían por qué entorpecer el capricho presidencial. La procacidad, el machismo estúpido de aquel dicho en la Feria del Libro es lo de menos. Lo abominable de aquel desplante es el entendimiento del triunfo electoral como permiso para ultrajar a los derrotados.