Hace un par de años, cuando Italia atravesaba un momento electoral, una publicación europea acusó al primer ministro de padecer una enfermedad tan rara que todavía no aparecía en revista médica alguna: "proclamitis", el anuncio compulsivo de nuevas reglas del juego. Así parece ser nuestro sistema electoral. La suma de hipocresía, desconfianza y pretensión de superioridad moral ha llevado a la construcción de un sistema electoral complejo, lleno de reglas incumplibles, restricciones que nadie está dispuesto a acatar y oportunidades infinitas para que surjan quejas, litigios y acusaciones. Es claro que el problema yace en que se resolvió el asunto electoral antes que el del poder, razón por la cual nunca se alcanzará la plena legitimidad de los comicios. Sin embargo, me pregunto si no sería posible al menos reparar en los absurdos y excesos que el sistema entraña: ¿no sería mejor un sistema menos complejo y más liberal?
Presidente de CIDAC, institución independiente de investigación. Fue presidente de la asociación de estudiosos de riesgo político y miembro de la CDHDF. Recibió el Premio Dag Hammarksjold (93) y el Nacional de Periodismo (98). Entre sus libros están El Dilema de México: los orígenes políticos de la crisis económica y Clasemediero: pobre ya no, desarrollado aún no. Es doctor en ciencia política y tiene especialización en administración financiera.